Sin embargo, en realidad las Cruzadas tenían motivos
eminentemente políticos y económicos dentro del mundo feudal de la Edad Media
europea y bizantina, y como un fin práctico, la defensa de los cristianos en
Tierra Santa contra los musulmanes. También son considerados por muchos
historiadores como la respuesta del Cristianismo al yihad Islámico del siglo
VII.
Las cruzadas tuvieron repercusiones
políticas, económicas, sociales de gran alcance, algunas de los cuales han
durado hasta tiempos contemporáneos. Debido a conflictos internos entre los
reinos cristianos y sus poderes políticos, algunas de las expediciones de
las Cruzadas fueron desviadas de su objetivo original, tales como la
Cuarta Cruzada, que resultó en el saqueo de la Constantinopla cristiana y la
partición del Imperio bizantino entre Venecia y los cruzados. La Sexta Cruzada
fue la primera cruzada que zarpó sin la bendición oficial del Papa. La séptima,
octava y novena Cruzada resultaron en derrotas de los reinos cristianos frente
a los mamelucas y berebere, la Novena Cruzada marcó el final de las cruzadas en
el Oriente.
La Primera Cruzada fue predicada por el Papa
Urbano II en el Concilio de Clermont (1095), tras la conquista de Jerusalén por
los turcos seljúcidas (1076) y las peticiones de ayuda del emperador bizantino
Alejo I Comneno. Aparte de la recuperación de los Santos Lugares, con su clara
connotación religiosa, los Papas vieron las Cruzadas como un instrumento de
ensamblaje espiritual que superase las tensiones entre Roma y Constantinopla,
que además elevaría su prestigio en la lucha contra los emperadores germanos, afianzando
su poder sobre los poderes laicos. También como un medio de desviar la guerra
endémica entre los señores cristianos hacia una causa justa que pudiera ser
común a todos ellos, la lucha contra el infiel.
El éxito de esta iniciativa y su
conversión en un fenómeno histórico que se extenderá durante dos siglos, se
deberá tanto a aspectos de la vida económica y social de los siglos XI al XIII,
como a cuestiones políticas y religiosas, en las que intervendrán una gran
variedad de agentes: como la difícil situación de las masas populares de Europa
occidental; el ambiente escatológico, que hacía de la peregrinación a Jerusalén
el cumplimiento del supremo destino religioso de los fieles; o los intereses
comerciales de las ciudades del norte de Italia que participaban en estas
expediciones y que encontraron en las cruzadas su oportunidad de intensificar
sus relaciones comerciales con el mediterráneo oriental, convirtiéndose en las
grandes beneficiarias del proceso. Los comerciantes italianos reabrieron el Mediterráneo
oriental al comercio occidental, monopolizaron el tráfico y se convirtieron en
intermediarios y distribuidores en Europa de las especies y otros productos
traídos de China e India.
También tuvo su papel la necesidad de
expansión de la sociedad feudal, en la que el marco de la organización señorial
se vio desbordado por el crecimiento, obligando a emigrar a muchos segundones
de la pequeña nobleza en busca de nuevas posibilidades de lucro. De esta
procedencia eran la mayoría de los caballeros franconormandos que formaron la
mayor parte de los contingentes de la primera cruzada.
Espiritualmente dos corrientes coinciden
en las Cruzadas. Por un lado, la idea de un itinerario espiritual que enlaza la
cruzada con la vieja costumbre penitencial de la peregrinación. Así se intenta
alcanzar la Jerusalén celestial por vía de la Jerusalén terrestre. Ambas a ojos
del cristiano del siglo XI resultaban prácticamente inseparables. Y más que
para los caballeros para las masas populares imbuidas de unas ideas mesiánicas
y en extremo anarquizantes, que chocaron repetidamente con el orden social
establecido.